Las historias de amor que recogemos aquí tienen en común , además del profundo amor que unió a sus protagonistas , fueron los intereses que también compartieron.
ENTRE MELODÍAS
En Alemania, entre teclados, partituras musicales y salas de concierto, surgió el gran amor del compositor Robert Schumanny la pianista Clara Wieck. Él, nacido en 1810, dio pruebas desde niño de su vocación por la música. Aunque a los 18 años ingresó en la Universidad de Leipzig para convertirse en abogado, dejó los estudios para consagrarse por completo al arte. Para perfeccionar su técnica pianística se convirtió en discípulo de Friedrich Wieck, un renombrado pedagogo. Pero unas dificultades que tenía con los dedos de su mano derecha le impidieron ser un gran concertista, por lo que se concentró en sus dotes para la composición musical.
El profesor Wieck tenía una hija llamada Clara, quien había nacido en 1819, y el joven Schumann se enamoró de ella. Clara era una talentosa pianista que viajaba dando conciertos por toda Europa y recibió elogios de Chopin y de otros grandes maestros.
La jovencita correspondió a su amor y en 1836 Robert pidió su mano, pero Weick, temeroso de que el matrimonio destruyera la carrera musical de su hija, lo rechazó. No fue hasta 1840 que la pareja logró casarse.
La compenetración de Clara y Robert Schumann fue tal, que escribían un diario juntos. Ella seguía tocando en público, sobre todo composiciones de su esposo, e inluyó positivamente en la carrera musical de Robert, estimulándolo a crear obras sinfónicas y conciertos.
En Leipzig, en 1846, Clara estrenó con gran éxito su Concierto para piano y orquesta en la menor. Este feliz matrimonio, que trajo al mundo ocho hijos, duró 16 años, hasta el fallecimiento de Robert.
UNIDOS POR LA CIENCIA
En 1895, una pareja de científicos contrajo matrimonio en París. Él, Pierre Curie , era francés; ella, de origen polaco, se llamaba María Sklodowska, pero a partir de la boda adoptó el apellido de su marido. Dos años después, nació su hija Irène. Aunque en aquella época era poco frecuente que las mujeres tuvieran una carrera profesional -y mucho menos en el mundo de la ciencia-, los Curie lograron ingeniárselas para conjugar sus responsabilidades como padres y su labor como investigadores.
Pierre y Marie trabajaban en una barraca, en condiciones muy precarias, pero eran dichosos. Según ella, esos fueron «los mejores y más felices años de nuestra vida, consagrados al trabajo». En 1903, después de largos años de estudios y de sacrificios, los esfuerzos de la pareja se vieron recompensados al recibir el Premio Nobel de Física por sus investigaciones sobre la radiactividad. Al año siguiente, tuvieron su segunda hija, a la que llamaron Eve.
En 1906, Marie sufrió un duro golpe cuando su amado y admirado Pierre murió atropellado por un coche. Sobreponiéndose al dolor, aceptó sustituirlo cuando le propusieron hacerse cargo de su cátedra en la Sorbona -¡nunca antes una mujer había impartido clases en una universidad de Francia!- y prosiguió las investigaciones.
En 1911, Marie volvió a recibir el Premio Nobel, esta vez de Química, por el descubrimiento de los elementos radio y polonio, y el aislamiento del radio.
Siguiendo los pasos de sus padres, Irène también se dedicó a las ciencias y ganó el Premio Nobel de Química en 1935. Eve, la segunda hija de los Curie, prefirió dedicarse a las artes, y en 1937, tres años después del fallecimiento de su madre, publicó una exitosa biografía titulada Madame Curie.
Aunque el matrimonio de los Curie fue relativamente corto -duró apenas 11 años-, fueron un modelo de pareja por el extraordinario amor que se profesaron, la importancia que concedieron a su familia y la forma como supieron unir sus brillantes inteligencias y ponerlas al servicio de la humanidad.
UN AMOR DE BALAS
En Estados Unidos, durante los años de la Gran Depresión, una pareja de delincuentes, Clyde Barrow y Bonnie Parker, se hizo famosa. Los periódicos dedicaban grandes espacios a comentar sus asaltos a los bancos, sus secuestros y su habilidad para burlar a la policía, y la gente vivía pendiente de todas sus «hazañas».
Cuando se conocieron, en 1930, Clyde tenía 21 años y Bonnie, dos menos. El era un delincuente al que le encantaban las armas y los autos veloces, y ella una camarera separada de su esposo. Rápidamente se hicieron amantes y Bonnie se sumó a la banda de Clyde. La vida de esta pareja de forajidos no fue nada «romántica»: por ser prófugos de la justicia, ellos y los demás miembros de la banda estaban obligados a trasladarse constantemente de una ciudad a otra, para evitar ser atrapados. A pesar del dinero que obtenían con sus asaltos, rara vez podían comer bien y dormir en buenos hoteles. Se dice que Clyde mató a una docena de personas; en cambio, Bonnie rara vez empuñaba un arma, sus tareas estaban relacionadas con la logística de los asaltos, y no se le atribuyen víctimas. Bonnie escribía poemas que los periódicos publicaban.
El final de sus andanzas llegó el 23 de mayo de 1934, en horas de la mañana, cuando cuatro policías los emboscaron en una carretera de Bienville Parish, en Luisiana. Entre ellos estaba un investigador llamado Hamer, que llevaba meses estudiando sus movimientos y siguiéndoles la pista a través de cinco estados. La pareja, que viajaba en un Ford robado, fue acribillada a balazos. En la carrocería del vehículo se encontraron 167 agujeros… Ella tenía 23 años; él, 25. El médico forense que se ocupó del caso comentó que, al llegar al lugar, lo encontró lleno de gente que trataba de llevarse algún recuerdo de la pareja: «trozos de cristal del coche, casquillos de bala o algunos pedazos de ropa ensangrentada».
Aunque Bonnie había expresado en un poema su deseo de que los enterraran juntos, su voluntad no fue cumplida. Sus tumbas están en cementerios diferentes de Dallas, Texas. En la lápida de la de Bonnie están grabados unos versos que ella le dedicó a Clyde: «Este viejo mundo es más brillante por las vidas de gente como tú».
LA MAGIA DE LA DANZA
Él fue un bailarín que terminó convirtiéndose en uno de los grandes coreógrafos del siglo XX. Ella, una exquisita ballerina y un icono de glamour y estilo. Los franceses Roland Petit y Renée («Zizi«) Jeanmaire, nacidos ambos en 1924, se conocieron en la l’Ecole de Danse de l’Opéra de París, cuando tenían 9 años. Como profesionales, trabajaron juntos en numerosas producciones. A fines de los años 1940, Zizi se sumó a los Ballets de París, compañía fundada por Petit y tuvieron un gran éxito que los llevó a Londres y a New York. Broadway y Hollywood se fascinaron con la joven artista y la contrataron para que bailara en espectáculos teatrales y películas.
En 1954, Petit y Zizi Jeanmaire se casaron y tuvieron una hija llamada Valentine. Ya por entonces eran estrellas internacionales: Petit creaba hermosos ballets para su esposa y ella los interpretaba magistralmente. Uno de sus mayores éxitos fue El joven y la muerte, que Zizi bailó con el extraordinario ruso Rudolf Nureyev.
Esta versátil pareja incursionó con acierto en la danza clásica, el ballet moderno y las revistas musicales (Zizi también era cantante). Lo mismo hacían un gran ballet como La Symphonie Fantastique, producido por la Opéra de París, que un music hall como Zizi je t’aime, en el Casino de París (por cierto, Yves Saint Laurent, gran admirador de Zizi, diseñó su vestuario para este espectáculo y comentó: «Su silueta provoca un incendio en la sala, un espejismo, un sueño»).
En 1972, la ciudad de Marsella invitó a Petit a fundar una compañía de danza, que recibió el nombre de Ballet National de Marseille-Roland Petit. En 1980, Zizi tuvo la oportunidad de bailar con otro gran astro: el ruso Mikhail Baryshnikov.
Zizi se retiró de los escenarios con el inicio del siglo XXI. Recientemente, varios espectáculos protagonizados por ella han sido editados en DVD con gran éxito y muchos afirman que, en el mundo de la danza, esta singular estrella no ha tenido sustituta. Petit falleció en Ginebra, en el 2011. Estas dos leyendas, a las que unió un enorme amor por la danza, dejaron un maravilloso legado.
LA PASIÓN POR LA GIMNASIA
En los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976, una joven gimnasta rumana hizo historia. Nadia Comaneci, de apenas 14 años de edad, logró la hazaña de obtener varias medallas de oro y los jueces le concedieron la calificación de 10 -algo sin precedentes en el mundo de la gimnasia- por la perfección de sus desempeños. Se retiró de las competencias en 1981, después de participar en los Juegos Olímpicos de Moscú, y posteriormente se dedicó a formar a jóvenes atletas.
Bart Conner, gimnasta estadounidense, también participó en las olimpiadas de Montreal y de Moscú como miembro del equipo de su país.
Nadia y Bart se conocieron en 1976 y volvieron a encontrarse en 1991, cuando ella se radicó en Montreal. Bart la invitó a vivir en Oklahoma City y la ayudó a abrirse un espacio en esa ciudad. Ellos se comprometieron en 1994 y se casaron en 1996. Los dos han formado parte del prestigioso Gymnastics Hall of Fame. Crearon las compañía Bart Conner Gymnastics Academy y Perfect 10 Production Company; además, son editores del magazine International Gymnast.
Nadia y Bart están involucrados en muchas obras benéficas. Nadia ha comentado: «Yo uso lo que valgo como leyenda para colaborar en diferentes causas sociales». Muchos dicen que estos exgimnastas olímpicos, unidos por el amor y por su pasión por el deporte, se han ganado una verdadera calificación de 10 por su matrimonio. En el 2006, la exitosa pareja tuvo un hijo al que llamaron Dylan Paul.